Manuel, ese desconocido.
Jordao das Cabras, el experimentado veterinario de la comarca de Instruçöes , jamas se habia topado con una epidemía tan repentina y extraña como la que tuvo que enfrentar aquella mañana de verano: La mayoria de las cabras de la localidad sufria de unos desórdenes digestivos tan severos que en solo un par de horas las calles del pueblo estaban literalmente alfombradas de cagarrutas, a tal punto que algunos incluso pensaron que aquellas bolitas negras venían a cumplir el sueño tantas veces cantado por Juan Luis Guerra, afirmando con sorna que en Instruçöes aquella mañana verdaderamente había llovido café.
Por mas que reconoció una tras otra a todas las cabras no encontró explicación alguna para aquella plaga devastadora e insalubre, y solo cuando decidió separar las sanas de las enfermas pudo observar que el síndrome se manifestaba únicamente en las cabras que pernoctaban habitualmente en la cuadra-museo. Finalmente, al examinar sus deposiciones hizo un descubrimiento revelador: todos aquellos conguitos contenian papel a medio digerir.
Si hasta entonces los vecinos opinaban que sus animales se podian haber contagiado de alguna otra cabra, Jordao sospechaba mas bien de algun cabrito, pues aquello tenia todas las trazas de ser intencionado. Decidió dar un giro a sus pesquisas y centrarse en averiguar la procedencia de ese papel extraño que había hecho enfermar a las cabras. Tras mucho recuperar, limpiar, analizar y ordenar pequeños trozos de papel, llegó a dos conclusiones:
A). Aquella investigacion era una verdadera mierda.
B). Los trozos de papel tenian mas de cuatrocientos años de antiguedad, estaban escritos a mano con tinta de calamar, entre las frases que se podian leer se decribian islas paradisiacas y en algunos de ellos aparecía la firma de un tal Manuel.
La conclusión era tan evidente que no podía escapar a su lúcida inteligencia: las cabras habian ingerido papel caducado. Reunió a los pastores, les recetó un laxante (para las cabras) y recomendó a los cuidadores de la cuadra-museo que dieran a las cabras periódicos recientes en lugar de aquella mierda de papel rancio.
Todo hubiera quedado en el olvido de no ser por Candelaria, la limpiadora de la consulta del veterinario, quien gracias a sus estudios de Biblioteconomia, su doctorado en Historia Lusa y su gran aficion a la restauración de pergaminos, fué capaz de reconocer la importancia de aquellos trozos de papel que habian arrojado a la papelera: Esos trozos de papel antiguo eran valiosísimos por su alto poder combustible, que los hacia ideales para encender la chimenea en invierno. Asi que los recogió cuidadosamente y los almacenó en un pequeño saco hasta la llegada de los primeros frios.
Aquel mismo dia llego a casa del veterinario el conocidísimo historiador Simao Setung, intimo amigo suyo. En aquel tiempo Simao estaba investigando sobre Manuel, recabando cualquier posible vestigio de informacion acerca del descubridor que pudiera quedar en su pueblo natal. Quiso la casualidad que en su deambular inquieto por el salón del veterinario tropezara con el saco de los papeles cagados por las cabras, que quedaron desparramados por el suelo. Al contemplar aquello, el historiador no pude contener una exclamación: '¡Córcholis!'.
Su ojo entrenado reconoció rapidamente lo que antes habia pasado desapercibido a todos y empezó a llamar gritos a su amigo, Jordao el veterinario, para participarle su descubrimiento: ¡Jordao, Jordao! ¡Mira lo que tenemos aqui! ¿de donde has sacado esto, jodido?. Ante la sorpresa de Jordao, Simao le revelo la importancia del descubrimiento:
-Jordao, amigo, esto que tenemos aqui tiene una antigüedad y un valor historico incalculables.
-¿El que, Simao, esos trozos de papel que cagaron las cabras?.
-No, hombre, no. Es ese saco, que he reconocido sin ningun lugar a dudas como el primer saco de arpillera que se fabrico en los telares reales de los Marqueses de Mirapordonde, en 1789. Vale a lo menos, a lo menos, 30 euros.
-Pues tuyo es, amigo, que lleva años dando vueltas por la casa y no sabiamos ya que hacer con el.
Feliz por el hallazgo y por el regalo, Simao sacudió los trozos de papel que quedaban en el saco, con lo que algunos salieron volando por la ventana. Quiso la casualidad que uno de ellos fuera a parar a una mesa del bar de la esquina, justo donde estaba sentado Joao Mendes, el jefe de la policia local. Joao cogio aquel trocito de papel, lo miro por el derecho y por el revés, y pudo leer claramente la palabra "maldito".
¿Quien se atrevia a insultarle de aquella manera? ¿Quien era tan cobarde para enviarle aquel trozo de papel? Rapidamente movilizó a todos sus secuaces para localizar al autor de tamaña ofensa, por lo que se dictó el toque de queda, se cerraron las entradas y salidas al pueblo, se anuló el derecho de asociación y se iniciaron las pesquisas y los registros domiciliarios para dar con los elementos subversivos.
Poco despues estaban declarando en la comisiaria Candelaria, Simao y Jordao, ante una mesa donde se extendian todos aquellos pequeños trozos de papel.
Joao, como jefe de la policia, comenzó a componer los trozos de papel formando frases que inculpaban a los presentes: "morir - vas a - proximamente - cerdos", "maldito - sufre - calamidad". Jordao protestaba con vehemencia, argumentando que alli habia miles y miles de pequeños trozos de papel con una o dos palabras cada uno (las cabras habian triturado a conciencia) y que con ellos se podia escribir desde la propia biblia hasta la enciclopedia espesa, argumento que apoyaban el veterinario y Candelaria, que incluso cogio tres papeles al azar para mostrar las posibilidades del asunto, y al leerlos en orden, para sorpresa de todos, formo la frase: "limpia - miente - perra".
La situacion llegó a un punto sin retorno, pues el Jefe de Policia los acusaba de tramar su muerte, y los acusados alegaban su mas completa inocencia dado que con aquellos papeles se podia formar casi cualquier cosa. Hasta que el jefe de Policia, hastiado, les propuso el siguiente reto:
-Pues para demostrar lo que dicen, van ustedes a estar encerrados en el condenado calabozo hasta que hagan un condenado libro con todos esos condenados papeles, sin que sobre o falte ninguno. Si hacen eso, y el condenado libro puede leerse, les dejaré en libertad.
Un jueves a mediodia, muchos meses mas tarde, Jordao ponia encima de la mesa del jefe de policia "las Apologias", autobiografia de Manuel de Instruçöes en 236 paginas cagadas por las cabras.
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