Esther Colero fue más, mucho mas que una gran nadadora.
Esther fue una nadadora tan precoz que se cuenta de ella que se la podía ver en las ecografías haciéndose largos en el liquido amniótico. Y el hecho es que fue una niña tan espabilada que se cambiaba los pañales ella sola; en la guardería se desenvolvía como pez en el agua, pero donde realmente destacaba era en la piscina de su comunidad donde nadaba incesantemente de la mañana a la tarde, para fastidio de los otros usuarios que con tanta ida y venida de la maldita niña no tenían tiempo ni de orinarse dentro del agua.
Pronto destaco en las competiciones escolares de natación, donde acaparaba medallas y trofeos, de tal forma que en una de las competiciones fue simultáneamente primera y segunda, pues le dio tiempo a completar dos veces los 100 metros antes de que llegara ninguna otra nadadora. No rechazó en absoluto las dos medallas, pues era bastante desahogadilla para estas cosas. Debido a esta faceta de su carácter, tenía menos amigos que el padre de Nemo.
Todo indicaba a que iba a ser una gran campeona, la mejor, la diosa de la natación, hasta aquel fatídico día en que compitió contra Pepita Ponazzo y, ante el asombro de todos, perdió.
Tragándose su orgullo, le pregunto: ¿pero tu que eres, pepita, una extraterrestre, un exalemán-del-este hormonado o que?, a lo que pepita respondio: "No, hija, yo soy puta en Venecia".
Es aquí donde el publico perdió la pista a Esther Colero, donde termina su historia y donde pasa al anonimato de los perdedores. Pero es a partir de este momento donde nace la otra Esther, cuando, sumida en la desesperación, sintiéndose una basura, se arroja de cabeza a un contenedor para quitarse la vida y encuentra algo que cambia de golpe su destino irremediable: el fondo del contenedor, contra el que se metió un tremendo ostiazo.
De resultas del golpe, Esther tomo la decisión de convertir toda aquella basura en algo productivo, nada menos, y dedico su vida por entero al reciclaje. Gracias a ello, al poco tiempo nadaba en la abundancia de desperdicios, rodeada por doquier de basuras de todo tipo, de las que pretendía obtener productos que volvieran a ser útiles para la sociedad de consumo.
Sus primeros intentos de enderezar y volver a rellenar los bricks de leche, de inflar a soplidos las botellas de plástico o de despegar los restos de las cajas de pizza y limpiarlas con toallitas dodot no resultaron mas que en un par de denuncias de sanidad. Pronto se dio cuenta de que tenia que industrializar el proceso, y compro una maquina para enderezar y rellenar los bricks de leche, bombonas de aire comprimido para inflar las botellas y un túnel automatizado de limpieza de cajas de pizza usadas. Sanidad se cebó con ella de nuevo.
Por fin entendió que el reciclaje consistía en otra cosa muy distinta, y decidió pasar del tema y limitarse a buscar cosas valiosas entre la basura, con lo que devino en un caso crónico del síndrome de Diógenes, pero a lo bestia, con naves y naves llenas de basura donde se vió condenada a pasar el resto de sus días.
Destacamos la frase lapidaria que corona su nicho: "Aquí yace una que ya no nada nada".
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