Manuel de Instruçöes, capitulo 3.

Hombre al agua.

Un variado conjunto de causas conducen a Manuel a su inevitable destino marinero: su incompetencia para las faenas del campo, su incompetencia para los estudios, su incompetencia para la artesania o el comercio y posiblemente también su incompetencia para esconderse de los agentes de la oficina de reclutamiento de la Armada.

A los catorce años emprende su primer viaje enrolado como grumete en La Taponeira, una goleta que hace cada mes el trayecto desde PortoRibeiro a las islas Azores llevando y trayendo el correo, mercancias y, a veces, pasajeros. Aunque sus cometidos se limitaban a baldear la cubierta, limpiar el casco y atender a las exigencias de la marineria, aquel primer viaje fué tremendamente revelador para Manuel por la naturaleza de su cargamento: En los camarotes viajaba personal de refresco para "La Vieira Alegre", principal prostíbulo de las islas.

Dado lo delicado del cargamento, el capitán decidió alejar en lo posible a la tripulación de las señoritas, escogiendo para atenderlas al nuevo grumete en el supuesto de que ese zangolotino a medio hervir no iba a causar mayores problemas. Pero no contaba con la astucia de aquellas damas, especialmente de Maria Lafuente de Venhereâs, quien años mas tarde sería conocida como "El Anticiclón de las Azores".

Si el resto de señoritas, esas pobres desgraciadas que llevaban dos dias encerradas en sus camarotes vomitando y rezando para que no llegara el fin del mundo, no eran mas que criaturas que habian terminado refugiándose en la profesión más antigua para escapar del hambre o como rehenes de una familia perseguida o acosada por las deudas, Maria era toda una excepción: Maria era una puta vocacional. Hembra fogosa y seductora como pocas, dotada con unas proporciones esculturales y con una belleza provocadora e insultante, dosificaba sutilemente el efecto de sus encantos y su poder sobre los hombres, y permitia graciosamente que estas cualidades ocultaran su profunda inteligencia.

Fué ella la primera que se sobrepuso a los estragos del viaje por mar y salió a la cubierta, exponiendo su belleza a la mirada de aquellos simples mortales. Instantes después el propio capitan comprobó perplejo como la marineria habia abandonado completamente sus faenas para extasiarse en la contemplación de aquel fenómeno de la naturaleza, y se dirigió rapidamente a ella para conminarla a que se recluyera de inmediato en su camarote antes de que la testosterona se amotinara y se hiciera con el dominio de la nave.

Los labios de Maria se apiadaron de aquel triste mortal, abriéndose para dedicarle una frase entera, una frase que sonó cálida, musical, dulce, arrebatadora y que era solo para él.

-¿Cuánto se supone que va a durar esta situación, mon capitaine?

-Nnnn... no más de dos semanas- contestó el aturdido capitan.

María volvió sobre sus pasos y paseó su figura contoneante por toda la cubierta antes de recluirse de nuevo entre aquellas cuatro paredes de madera. A su paso, los hombres iban imaginando las delicias de yacer aunque fuera solo unos minutos con aquella diosa del amor, de aspirar su aroma, de tocar su piel, de mesar sus cabellos. Al mismo tiempo, Maria iba inventariando su graduación, sus caracteristicas personales y el peso estimado de sus bolsas: Cabo, rubio con cicatriz, no más de ocho ducados; marinero, alto aunque algo gordo, tres ducados fáciles; marinero, atletico, bien dotado, dará gusto hacerse con sus cinco ducados; capitan, estirado y melancólico, treinta ducados sin aflojarme el corsé siquiera: bastará con dejarle que me hable de su mujer.

Horas después Maria mandó llamar al grumete para acondicionar el pequeño camarote para las visitas que planeaba recibir: Maria había encontrado el medio de pagarse el pasaje.



(capitulo anterior)

1 comentario:

  1. Pobre María, vilipendiada por la Iglesia acaba siendo un anticiclón.

    Besitos (Eris)

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